
Áreas de trabajo
En esta sección, exploramos en profundidad las áreas clave que influyen en nuestro bienestar integral y desarrollo personal, ofreciendo herramientas y enfoques para abordar los desafíos de la vida.
La familia es un eje cultural que determina nuestra actitud existencial y define nuestra forma de relacionarnos. A un nivel profundo, estamos unidos a nuestro sistema por lazos de amor y lealtad. La misión de la familia consiste en cuidar y proteger la vida. Hacer todo por y para estar a salvo y bien. Ofrecer a sus integrantes cobijo, seguridad e identidad: “la sensación de ser nosotros-as nos hace sentirnos seguros-as”. Sin embargo, la seguridad que ofrece el grupo familiar entra en fricción con la necesidad adulta de desarrollar la autonomía. La necesidad de avanzar de manera individual para continuar con la propia vida. El adulto necesita crear un nuevo espacio vincular, una nueva familia, nuevos amigos coherentes con su necesidad individual y misión. Necesita aportar nuevas formas para cuidar y hacer crecer la vida hoy.
A temprana edad todas las personas asumimos roles inconscientes en el seno de nuestra familia de origen. Son roles que se sostienen en el modo de vincularnos con los padres biológicos. Este es el vínculo más fuerte en la familia. Es un vínculo profundo que nos determina. En Constelaciones familiares observamos que un menor con dificultad, es un niño o niña al que mueve un amor profundo e inconsciente de ayudar y salvar a alguien del sistema familiar, aunque esto le perjudique. Si nos miramos en nuestro malestar, podremos encontrar a ese niño o niña que quiere seguir salvando y cuidando a los suyos a costa de sí mismo-a. Hoy, el menor con dificultad cree también que puede hacer algo en favor de los adultos, por ejemplo, retenerlos, protegerlos o cuidarlos a costa de su propio fracaso: dificultad de aprendizaje, enfermedad, agresividad hacia sí mismos o hacia otros, hiperactividad, violencia filio-parental por nombrar algunas. Es necesario saber que ningún menor es «difícil». Lo que es difícil es el sistema familiar.
Las emociones son impulsos, son energía y emergen con un fin. Responden a un estímulo de la realidad, algo ha sucedido o está por suceder. Cuando acaban, algo ha cambiado porque nos guían en una acción necesaria. Funcionan como circuito. Duran poco y son eficaces porque la acción que le sigue resuelve algo del presente. Sin embargo, existen una gama de emociones y sentimientos que se instalan y no cesan. Aparecen regularmente bloqueando la interacción con las personas y situaciones de nuestro entorno. Solemos identificarlos como “estados emocionales” que lo impregnan todo y con frecuencia perdemos la claridad de cuándo y para qué surgen. Suelen ser intensos y se manifiestan con fuerza. Se alimentan de pensamientos recurrentes o habituales. Pensamientos que evocan experiencias pasadas o de anticipación. Las personas tenemos esa capacidad de evocar algo, recrear algo impactando en nuestro estado emocional y condicionando las acciones. Estas emociones son totalmente ineficaces, porque no responden a un estímulo de la realidad o, al menos, lo que sucede no tiene proporción con el estado anímico que nos generan.
La relación de pareja es el vínculo humano más deseado y el que más nos desafía. Por un lado, deseamos la intimidad con otro-a y, a la vez, nos da vértigo exponernos tal y como somos. Los pilares que la sostienen y están en constante movilidad como la vida misma son el amor, el dar y recibir, la sexualidad, la intimidad y la convivencia. La intimidad en la pareja se construye. Es fruto de una evolución donde las dos personas necesitan ir logrando sanación y autonomía. Separarse de los padres y de los hermanos-as es fundamental. La dependencia de la familia de origen muestra infantilismo y temor de crecer y avanzar. Me quedo en la dependencia y hago que los otros dependan de mí, así es imposible abrirnos a algo nuevo, la energía se nos estanca. La vivencia en pareja pide el haber superado la simbiosis infantil. Por eso, es la experiencia de relación humana más exigente y, si lo logramos, es la más nutritiva.
La manera en cómo nos relacionamos en los diferentes contextos sociales es el espejo de cómo nos vinculamos antes y ahora con los nuestros. En ese contexto hemos aprendido, por ejemplo, a enfrentar o ignorar los conflictos de la realidad. Experimentar dolor, ira, resentimiento, miedo o, incluso, deseos de venganza cuando las relaciones con ciertas personas o grupos están cortadas o se hacen imposibles, es normal. Es normal también sentir miedo ante el alejamiento de las personas, porque es un miedo de anclaje profundo, que nos retrotrae a la experiencia de sobrevivencia de inicio de nuestra vida ligada a la experiencia de nuestro origen como seres humanos. Entonces el grupo fue la salvación y, de alguna manera, lo sigue siendo hoy. Seguir necesitando pertenecer es natural, por eso podemos comprender que duela tanto cuando no lo conseguimos. El grupo, la amistad, da cobijo, protege, da identidad y, sobre todo, garantiza nuestro bienestar.
Habitualmente solo percibimos lo que conocemos y lo que nos dejan ver nuestras creencias. Para ampliar la mirada y abrirnos a lo desconocido necesitamos cultivar nuestro yo adulto. Es un trabajo sobre uno mismo que necesita tiempo y espacio. Es una tarea que nos llevará toda la vida. La fuerza adulta se expresa en autonomía y creatividad para abordar los desafíos de la vida. Cuando no estamos en ella, estamos centrados en “lo que queremos o deseamos”. Y cuando no se da, nos invade la frustración y no podemos ver más allá. La capacidad adulta puede avanzar en la trama del obstáculo, desarrolla nuevas estrategias y pone en marcha nuevos recursos adaptados a la realidad.
El trabajo es una necesidad, es una acción natural que va ligada a la participación y a la devolución de lo que se nos ha dado. Y, a la vez, es la forma en la que cuidamos y hacemos crecer la vida. El trabajo y la realización profesional de los individuos es necesario. Para una sociedad es vital, trabajar es participar de su propia construcción, conservación y progreso. El objetivo es el bienestar de todos y todas. El trabajo es la vida en acción ha dicho Bert Hellinger. Sólo existen dos movimientos: un ir con la vida y un ir hacia la muerte. Más va con la vida, menos va hacia la muerte. Lo nuevo, el cambio, va con la vida. La rutina, lo repetitivo mecanizado va hacia la muerte. El trabajo crea vida y está en la vida. El trabajo es vida. Y la vida es dinámica. Se dan cambios superficiales y profundos que ponen la manera de trabajar y la realización profesional también en movimiento. La dinámica de la realidad es exigente, lo estático no suele ser una respuesta eficaz.
Es un equilibrio al servicio del progreso individual y colectivo. Forman parte de un todo y llegan a la persona que es agradecida. Es una energía en movimiento: circula, va de uno a otro. El dinero es símbolo de vida y necesita ser reconocido, querido y respetado. Necesita servir para algo, desde lo sencillo de la vida cotidiana hasta los grandes proyectos. Y cuando está destinado a crear mejores condiciones de vida adquiere su mayor fuerza. La queja, el desprecio y los juicios nos alejan de la vibración de la abundancia y el dinero. Nos estancan y nos impiden avanzar. El dinero es algo espiritual. Espiritualmente el dinero cobra fuerza cuando se mantiene en movimiento y, cuando en sintonía con su movimiento, lo exigimos, lo tomamos y lo pasamos a otra persona. Circula en una prestación de servicio-producto, de una finalidad a otra en un intercambio y equilibrio del dar y recibir. El dinero está al servicio de la vida y del amor.
El éxito se alcanza cuando las personas y los grupos se comprometen con los desafíos del presente. Requiere un crecimiento consciente, dejar atrás las memorias del pasado y entregarse creativamente a lo nuevo. La realidad nos exige enfoque, energía y vitalidad creativa, así como la aceptación de la incertidumbre. El éxito no es estático y puede verse afectado por momentos difíciles, pero la forma en que enfrentamos esos «fracasos» determina nuestra capacidad para avanzar. En esencia, el éxito implica pasar de sobrevivir a vivir, aceptando la realidad y a las personas tal como son, y dedicando atención y esfuerzo a lo cotidiano.